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Como podíais imaginar, después de enseñaros La Alhambra de noche en el post anterior, a la mañana siguiente tempranito nos fuimos directos a verla “con un poco más de luz”. Tenéis información sobre ella hasta en los paquetes de pipas, por lo que me voy a limitar a colgar algunas imágenes, no creo que ni haga falta texto para contemplar su belleza. Eso sí, no estaría de más que pusiéseis un poco de música relajante…
Tampoco me olvido de las anécdotas más graciosas… alguna que otra os contaré por el medio… Así que, mirad entre las imágenes que os vais a reir un rato… 😉
Iglesia de Santa María:
Palacios Nazaríes:
Que tiene tela la cosa… Pues resulta que desde que se le hizo tanta publicidad a la Alhambra con lo de las votaciones populares para elegir las 7 nuevas maravillas del Mundo… ¡No se puede ir! Hay una reserva de 2 semanas para entrar a los Palacios Nazaríes (otro día os muestro unas fotos de otro año, pero esta vez no pudimos entrar, por lo menos los descontaron del precio de la entrada, pero habrá que volver, porque Nines no se piensa quedar sin verlos). Claro que, como el parking es de los más caros de Granada, y hay que aparcar “por huevos” ahí, lo tienen bien montado.
Hubo varias peleas serias -con patadas incluidas- entre el personal de seguridad y los extranjeros que venían de muy lejos para verlos, y era imposible. Además no se podía entrar ni a los jardines hasta las 14:00h. y eran todavía las 10:00 AM. Varias horas de cola tuvimos que aguantar… sin saber si finalmente entrarías en el cupo.
Además tuve que ayudar a algún que otro japonés que me preguntaba -en inglés- ¡Y al final me di cuenta del porqué atraía a los japoneses! ¡No era por la colonia! ¡Ni por el AXE! ¡Jajajaja! Os lo cuento al final del post.
Palacio de Carlos V:
La Alcazaba, con sus vistas impresionantes desde la Torre de la Vela:
Paseo por los Jardines y las Torres hata el Genelalife:
El Generalife:
Y vuelta al punto de partida dando un laarguísimoooooooooooooooo paseo:
Pero lo mejor… es… ¿Por qué atraía a los japoneses como moscas? ¡Por la camiseta! ¡Increíble! Se la compré a mi hermana, que pertenece al Club de Aikido de A Coruña y… ciertamente… ¡eso pone! AIKIDO (pero en japonés claro), así que se me acercaban pensando que controlaba del tema, jajajaja. ¡Qué bueno! Uno llegó a acercarse y decirme: “Do you know what it means? I practice this.” 🙂
Tengo tropecientas mil fotos de la Alhambra, o puede que más… sí, quizás tenga tropecientas mil y pico. He escogido algunas al azar en las que no salga mi careto, ya sale bastante en Cucharete, jajaja.
Lo malo del un puente largo como el de Mayo es que te da tiempo a cansarte cosa fina… por lo que es muy probable que después de las vacaciones necesites otras vacaciones para descansar de las vacaciones. Así que… dicho y hecho… prolongué el trayecto de vuelta a casa un par de días más y reservamos un hotel (adios a la casa rural y a la chimenea) en Granada. Yo ya había estado dos veces en la Alhambra, pero Nines no la conocía todavía y eso no puede permitirse, así que… allí nos fuimos. Ya sabéis el dicho: “No hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”. La verdad es que es una ciudad impresionante.
Pateamos todo el centro, al final… las vacaciones de las vacaciones resultaron ser todo lo contrario. ¡Vuelvo a necesitar otras vacaciones de las vacaciones de las vacaciones!
La callejuelas estrechísimas -o estoy muy gordo ya por culpa de Cucharete o no sé yo, porque tenía que ir prácticamente de canto- del enorme bazar de la Alcaicería (al-Kaysar-ia: “el lugar de Cesar”) fue lo mejor del paseo. Originalmente era el mercado de seda; ahora consiste en un batiburrillo de numerosas tiendas de recuerdos turísticos, donde se vende la artesanía granadina: la cerámica pintada conocida como fajalauza, la incrustación de madera o taracea, y las farolas de cristal coloreado. ¡No coge ni un alfiler en ninguna de las múltiples tiendas!
Y… ¡Carallo!… ¡Cómo han aprendido los granadinos! Pues una copita de sangría son ¡3 euros! Parecía que estábamos en Madrid.
Aunque sin duda lo mejor -tal y como os comentaba es posts anteriores- eran los restaurantes: ¡Todos Pizzerías! Incluso los ASADORES (con mayúsculas) presumían de la coletilla “pizzería” en sus rótulos y tarjetas de visita. Así que elegimos un “asador” con terraza en la Plaza Nueva y a darle caña a la pizza, que para eso es artesanal.
El tamaño de las mismas era bestial, pues de lo que véis en la mesa quedó exactamente la mitad… ¡Era imposible comerse todo eso!
Pero una cosa es no poder con la pizza (que estaba bien buena) y otra no tener hueco para un exquisito chocolate con churros, que como lo tenía todo cristo en la mesa… pues ya sabéis… “culo veo, culo quiero”.
Y aprovechando que era tarde -muy tarde- no queda otra que subir a Albayzín, exactamente al Mirador de San Nicolás, donde la vista de la Alhambra te deja sin palabras. ¡Jamás! Repito… ¡Jamás dejéis de subir allí por la noche! ¡Merece la pena!
Y no se queda atrás la vista de la ciudad… Te puedes quedar horas en las terracitas de los barrios de Albayzín (Patrimonio de la Humanidad) y Sacromonte, contemplando el paisaje mientras te tomas algún que otro cóctel.
Paramos a comer en Baza. Después de callejear por sus estrechas callejuelas, mientras observábamos alguna que otra fachada interesante, llegamos a la Plaza.
No era tan atractiva la estampa como la que esperábamos, pero bueno… no había otra cosa. ¡Teníamos que habernos quedado a bañarnos y a comer en Zújar!
Así que buscamos un mesón y… para nuestra sorpresa… ¡Todos cerrados! El único lugar donde poner comer era en la misma plaza, carísimo y de raciones. Lo que veis en la mesa es la primera tanda de los calamares, cazón rebozado, setas, croquetas… pues como siempre, pecamos de pedir una burrada… ¡No aprendemos! ¡Y casi no sobró nada! Cada vez que pienso en todo lo que comemos adelgazo un kilo… por eso me mantengo 🙂
Como no había nada más que ver y era nuestro último día, nos fuimos a La Calahorra, a ver el castillo del siglo XVI, pues es una de las obras más importantes del renacimiento español. Encontrarlo con la vista no fue difícil, se ve sobradamente desde la autopista, pero llegar a él es otra historia, incluso preguntando varias veces a vecinos cercanos llegábamos a meter el coche por caminos en un estado increíble. Finalmente optamos por guiarnos por nuestra intuición y un poco más y subimos la montaña con el coche por unas pistas pulidas y resbaladizas con pendientes cercanas al 100%, ahí Suso notó que las ruedas de su coche patinaban y después de dejarse media rueda subiendo, me dijo: “Coño, sí que se notan esas ruedas hiperblandas que le pones al coche, subió como nada”. Jajaja, claro que se notan, son como chicle, lo que pasa es que las pagas caras de narices y no duran nada… pero la seguridad ante todo. Nunca olvidéis que tengáis el coche que tengáis ¡lo que lo pega al asfalto son las ruedas! Así que ya sabéis a ponerle al coche unas Pirelli PZero Nero o unas GoodYear Eagle F1 GSD3 -algún día tendré que facturarles por la publi-.
Se trata de una fortaleza en su aspecto exterior y un exquisito e íntimo palacio en su interior, construido utilizando básicamente la piedra, además del ladrillo y el mortero. Pero mejor, os dejo con unas imágenes.
A Suso le encantan los castillos, y estabamos los dos flipando con la puerta blindada, a ver quién era el listo que echaba eso abajo, que barbaridad, nunca había visto una igual.
Las vistas desde allí arriba, como os podéis imaginar, geniales.
Después de ver El Fontanar -un pueblo con encanto, o eso dicen, porque nosotros no se lo vimos por ningún lado, y eso que nos tomamos allí un café después de subir al mirador- pasamos por el Embalse del Negratín -que digo yo que si te bañas sales “blanquín”- y las vistas eran impresionantes. Ahí van un par de ellas.
Y continuamos camino a los famosos Baños de Zújar por la antigua carretera de Pozo Alcón -donde cayeron varios cafés, helados y cocacolas todos estos días-. Nos apetecía una zambullida en las aguas termales y sulfurosas que se suelen usar para descansar, aguas volcánicas ideales para “renacer” -alquilaban bañadores, toallas y demás- pero… ¡Era la hora de comer! Y los gallegos comemos a la gente por las piernas si hace falta… y a los que me conocéis ya no os digo nada…
Arriba mismo tenía un restaurante con una pinta fabulosa…
… pero en nuestro afán de conocer sitios, continuamos el camino, pues estábamos muy cerca ya de Baza y comeríamos allí. Ya volveremos a los baños con más tiempo, a arrugarnos bien los dedos de los pies 🙂
Porque no me negaréis que no apetece sentarse a la sombra de estra sombrillita con un cóctel ¿eh? Impresionante.
Con este post os vas a “descuajiringar” de la risa, jajaja, porque hasta yo que lo estoy escribiendo me estoy partiendo el culo. ¡Lo mejor son los vídeos! ¡No os los podéis perder!
Queríamos hacer rafting en piragua, pero por esta época resultó que no solían sacarlas, y no lo iban a hacer para nosotros solos. Así que no nos quedó otra opción que el caballo, pues algo había que hacer 🙂
Nines parece que forma parte del entorno de la Casa de la Pradera, y de todos nosotros es la que más aptitudes tenía para montar, ya que subió al caballo sin ningún problema y lo dominaba como nadie -lo que hace la experiencia carallo- en cambio el resto de nosotros… un poema.
El Suso puede despistaros, porque en esta foto que le hice parece el mismísimo John Wayne: destreza sobre la bestia, dominio, equilibrio, poderío, maestría…
Pero es que no os podéis perder el video de subida al caballo: Juaaaaaaaaaaaaaa JAJAJAJAJA ¡JAAAAAAA! ¡JAJAJAJAJA! ¡Es buenísimo! Además atentos a la explicación del CowBoy: “Lánzate como si fueses a caer por el otro lado” Jajajajaja, lo que faltaba, vamos. Así el Suso se cuelga cual garrapata a la silla de montar, ¡no vaya a caer por el otro lado! Jajajaja. ¡Buenísimo! “Ostiaaaaa, ¡que alto está esto!” ¡Jajaja!
Mi subida al caballo también es digna de echarse unas risas, porque me puso el estribo tan alto -con lo pequeñajo que soy yo- que no le llegaba, jajaja. Además, me dio el caballo más grande -bueno… digo caballos, pero eran todas yeguas, la de Nines se llamaba Perla-.
Pero eso no es nada… ¡Ahora viene lo mejor! ¡Jajaja! Ya veréis que video grabé, por hacer el imbécil casi me caigo del caballo. Me di un ostiazo del 15 con un olivo, que me rasgó la camiseta y la piel 🙂 El caballo, como pasa por debajo el cabrón no se entera que a mi me va a tirar, y yo que iba mirando hacia atrás grabando a Nines… ostiazo. Y eso que no se aprecia bien con la cámara, porque claro, como la aparté del árbol, pues parece que no choco. Pero fue increíble. ¡Vaya risas!
No me puedo creer que al final nos enseñase a ir al trote y que a Nines le diese la fusta y todo. Lo pasamos genial. Y tenemos una agujetas increíbles, yo no puedo ni andar 🙂
Tenemos una barbaridad de fotos con los caballos, pues el “paseo” fue de hora y media. Pero si los cuelgo todos os daría un ataque de risa. De todos modos os cuento, cuando ya había terminado el recorrido entre los olivos y nos bajamos del caballo, el h*j* de p*t* me pisó un pie, casi me da algo, era como una apisonadora metálica -pues lleva la herradura- aplastandome el pie a cámara lenta. ¡LA MADRE QUE LO PARIÓ! ¡Jajaja! Creí que me había roto todos los huesos del pie, y al final no pasó nada… Si es que me tengo que comprar un caballo para hacer prácticas y tener la destreza de Nines, pero… ¿Dónde lo meto? ¿En una plaza de garaje? Jajaja.
Este coqueto pueblecito de Granada está repleto de casitas blancas con tejados rojos. Muy bonito, pero de todo el viaje fue donde peor lo pasé… La foto parece que está hecha desde un helicóptero, pero es que no os podéis imaginar a donde tuvimos el valor de subir: “pa’ habernos matao” (Todavía no sé cómo bajé de allí, con mucha fe, imagino).
Llegamos a Castril después de ver bien de cerca el Embalse de la Bolera, aunque no bajamos por él al estilo Van Damme en Soldado Universal. Pero ya acojonaba lo suyo…
Pues después de recorrer la larga Pasarela de la Cerrada sobre el Río Castril vimos que nos quedaba por ver algo más del pueblo, la iglesia y… el monumento al Sagrado Corazón, que como podéis ver en la imagen está bien alto y para subir allí… tela marinera.
Al principio el paseo se lleva bien, incluso fijaos en esta casa, el que hizo la puerta tiene un problema de riego, jajaja, pues vaya pedazo de salto tiene que pegar para subir. Increíble.
Pero pronto todo se vuelve cuesta arriba con una escalinata de piedra bien empinada, a la que para llegar tenemos que hacer “el indio”. No encontrábamos el camino de subida, y al preguntarle a la gente del lugar, nos indican amablemente: “Seguid este camino y cuando veais un montón de arena ya veis el agujero” ¡Pero qué fuerte! ¡Un agujero para colarse por donde no se puede! Ya que era tremendamente peligroso lo que nos espera arriba -claro que todavía lo desconocíamos-.
Más adelante un estrecho camino continúa el ascenso, con unos “pedrolos” de infarto.
Y una vez arriba… vemos que el último tramo es “acongojante”, vamos… que el que no se cae es porque no quiere. Una barandilla temblorosa con unos 10 escalones finales ¡empinadísimos! Resbalar y… ¡adios! No entiendo todavía como subimos ahí, y bajar costó lo suyo… En la imagen todavía se ve el santo pequeño, y es enorme. ¡Pero cómo tienen “abierto” ese agujero! La única foto que hay desde arriba es la que encabeza este post. Tendría que haber hecho una de los escalones, pero sólo con acercarme se me apretaba el culo cosa fina. Además había una barra transversal para darse con la cabeza en el último escalón… ¡Impresionante! No se aprecia en absoluto la verticalidad de la subida en la imagen, es mucho mayor que la del Santuario de Tíscar.
Cenamos unas pizzas enormes en el restaurante de Hinojares, ya que teníamos todavía fresas con nata para el postre, que nos habían sobrado de la Super Cena pasada de la Queimada donde casi reventamos.
Al final -como siempre- nos pasamos de rosca, entre las pizzas (que eran gigantes), una ración de calamares y una de espaguetis a la carbonara… casi salimos rodando de nuevo… Eso sí, todo está buenísimo.
Este “paseo” sí que merece el viaje, un asombroso camino colgado -literalmente- de la pared rocosa. Creo que en este post sobran las palabras, si acaso me reservo algunas para el final, mientras tanto os dejo con algunas imágenes de las tropecientas que saqué allí -imaginaos el sonido del agua, pues iba con mucha fuerza-
No solo el trayecto es increíble, también el paisaje, es para disfrutarlo tranquilamente. Ahí van otras dos fotos.
Llegado el puente colgante… empieza lo bueno, la Nines a jugar con el Marcos (que se muere de vértigo) 🙂
Y es que… entre la altura, lo que se mueve, y que el piso es de rejilla y se ve el suelo…
Pero lo mejor es el video, que justo cuando empezaba ¡se acabó la tarjeta de 1 GB de una de las cámaras! De todos modos es para partirse de la risa.
Y también se incluye una larga pasarela bajo la roca, en la que hace un frío que pela (se agradecía por el calor que hacía fuera) y no se ve el final, pues lleva curvas incluidas y un mirador en el centro. Genial este lugar.
La Cueva del Agua no está bien indicada desde el acceso en carretera y… ¡la que liamos! 24 Km. perdidos -con GPS incluido- por carreteras de no ir a más de 40 Km/h buscándola… ¡llegamos hasta Quesada! Y a la vuelta, muy atentos a cualquier cruce sin señalizar, dimos con ella.
Es impresionante, sobre todo por una de sus subidas que te permite adrentarte en la cascada, cuidado con el “patinaje artístico”, pues más de uno puede quedarse sin dientes 🙂
Mereció la pena la visita y el recorrido, aunque pequeño, me recordaba a parte del que podemos disfrutar en el Monasterio de Piedra (Zaragoza). Es desnivel es tremendo.
Un entonrno muy relajante, en el que rompe el silencio el sonido del agua haciendo eco en la descomunal gruta.
El agua… fresquita. ¡Apetecía “ducharse” allí mismo! Aunque había muchas “miradas”, las de las fotografías que deja la gente esperando que su fe le lleve a buen puerto.
Ya sabéis… indicada no está, pero si pasáis por allí dad todas las vueltas que sean necesarias, porque merece la pena verla.
Os dejo un par de minivídeos: de la cueva (aunque no he sacado la cascada) y de la entrada, por la que hay que ir muy agachado.
Al Santuario de Tíscar llegamos de milagro, pues primero nos perdimos por unas carreteras dignas de los Lagos de Covadonga y acabamos en Cuenca, pero no la que todos conocemos, sino una aldea de la zona con el mismo nombre.
Está situado entre las faldas de la Peña Negra y el Cerro del Caballo, cerrando el paso natural entre esas dos moles de piedra caliza hoy abierto por dos túneles, uno excabado en la roca y otro a través del propio Santuario.
En sus inicios era de estilo gótico, con elementos mudéjares que, a mediados del siglo XX, fue definitivamente sustituido por el templo actual.
Originariamente debió ser un pequeño santuario levantado tras la reconquista cristiana para recibir romeros en acción de gracias a la Virgen por favorecer la victoria. Aún conserva la gran puerta con arco apuntado y jambas ornamentales así como restos del alicatado granadino. Consta de una sola nave en piedra y tiene la portada y el atrio del siglo XVI.
Pero dejando a un lado los datos históricos, fijaos en la primera fotografía de este post, donde arriba a la izquierda podéis ver una torre… ¡A la que subimos! ¡Qué vertigo! Y ahora veréis el porqué. Un desnivel impresionante y unas escaleras de reja por las que se ve el precipicio en todo momento… ¡IMPRESIONANTE! ¡Y llegamos a la torre!
Las vistas durante la subida hacen estremecer las piernas… Estás flotando en el aire, encima de una reja.
Una vez arriba te mareas si miras hacia abajo… os dejo un par de imágenes que lo dicen “casi” todo, porque la sensación in situ es indescriptible. ¡Fijaos donde están los coches!
Una vez en la cima descansamos y recuperamos fuerza para la bajada. Aunque donde realmente nos relajamos fue en el avituallamiento, pues el trayecto nos había abierto MUCHO el apetito :-). Comimos en el mismísimo Restaurante El Santuario, que pronto estará en la sección de viajes de Cucharete. ¡Éste sí lo merece!
Lo mejor… las Mollejas de Cordero Lechal, sabrosísimas. No quedó ni una en el plato.
Le siguieron Huevos “El Santuario”, Cordero de “Tíscar” a la Parrilla, Conejo a la Parrilla y Solomillo de cerdo a la Pimienta… y unos postres que no os detallo, pues serán sorpresa en el artículo que realicemos para Cucharete, donde podréis ver muchas imágenes sobre el restaurante, sus platos y una atractiva y sugerente terraza que tiene a modo de mirador. De momento… a conformarse con imágenes pequeñitas 🙂
La Queimada es la que marca la diferencia entre un viajecillo cualquiera y una Xuntanza de Amigos do Lérez como la que hicimos hace tiempo en Teruel.
Todo comienza con el alojamiento: debe ser una Casa Rural que disponga de chimenea, ya que le da un toque más misterioso si cabe. Además, esta vez aprovechamos para deleitarnos con una cena de lujo. Avivamos las brasas como muestra la primera fotografía y… ¡listos! Mientras tomábamos unas cervezas Legado de Yuste y unas bolsas de chucherías.
Chuletas de cordero, solomillos, costillas, salchichas artesanas, chorizos, morcillas, pimientos, alitas…
…una verdadera barbaridad de comida, éramos cuatro y allí podían cenar 8 sin quedarse con hambre. ¡Pero qué “burriños” somos los gallegos! Habíamos comprado también un queso artesao de romero Las Poceñas (Sierra de Cazorla) semi curado y no pudimos ni estrenarlo. ¡Explotaríamos!
Una cena para el recuerdo regada con un tinto Rioja Campo Viejo Gran Reserva 2001. ¡Impresionante la comida y el vino! No hay fotos de la cena, porque… imaginaos cómo teníamos las manos de grasa 🙂 ¡Comiendo como se merece!
Terminada la cena, llega el momento de la tan ansiada queimada… fijaos que poco glamour en la preparación de la misma, donde añadimos el aguardiente y el azúcar a las mondas de limón y granos de café. Pero minutos más tarde…
…desaparece la luz y aparece el misterio… ¡La queimada! ¡Viento en popa! Con la chimenea todavía encendida buscando el escenario perfecto.
Ardía bien y los hombros sufrían, allí removió el aguardiente todo el mundo, hasta que se apagó por sí misma y pudimos disfrutarla. ¡Cuatro tacitas me bebí yo!
Lo mejor es ver el video. ¡Encendió a la tercera! Con cerillas de palo, como debe ser…